Otro dieciocho de julio (desperté asustada a las 5am)
Ahora ni llorar vale.
Porque entiendo que esto no tiene remedio. De la muerte no se puede volver. Llorar no va a cambiar nada. Sería solo un capricho esperar que vuelvas por este río de lágrimas que he formado a lo largo de seis años, por si preferías regresar nadando.
Pero tengo claro que ni así vas a volver. Es solo lo que me pongo a hacer para distraerme de esa cruda realidad.
El resto de los meses del año creo que te he olvidado y luego llega el dieciocho de julio y me toma desprevenida. Llega por la espalda y se siente como una apuñalada que me entierra todo ese sufrimiento que me ha dejado tu partida. Y el recuerdo de esa niña perdida viendo cómo le arrebataron la persona más importante en su mundo.
Te confieso que me da miedo el paso de los años, pues temo el día que hayan pasado más años sin ti de los años que viví a tu lado. Y de repente seas solo alguien de quien le cuente a mis hijos que fue la persona que me enseñó lo que es el amor, quien hubiera cruzado el mundo andando una y otra vez tan solo por verme sonreír. Y por quien yo hubiera hecho lo mismo sin titubiar.
Me duele que seas solo un recuerdo y que seas el más amargo.
Tú sabías que yo hubiera dado mi vida por ti, ¿no? Que tú eras lo único cierto en mi mundo, y que ahora hago todo para que, si existe la posibilidad que tú me ves desde allá arriba, te sientas orgullosa de la mujer que forjaste. Y que no pienses que tu fuerza puesta en quedarte más tiempo del que tu cuerpo resistía por tu dolor constante, fue en vano.
Espero que también sepas que aunque me gane la lotería, siempre serás tú mi mayor fortuna.
(Tal vez no es un día tan malo porque tú por fin descansaste)
Te amo, mamá.
Por Estefanía Flores Arévalo