¿Cuándo duele
Me duele el pensar de tanto que apareces por allí. Me duelen los días que ni tus luces parpadean. Me duele que no me quieras igual.
Me duele imaginar que ni el frío del invierno te resienta mi ausencia; que ni el café tibio, la cama destendida, los créditos de las películas, el crujido de las hojas, las risas en la cocina, o que ni el frío de tus manos te hagan pensar tantito en mí.
Me duele que aquellos besos hayan sido casualidad, y que esto que siento sea unilateral.
Me duele esperar por ti.
Me duele no entender que no estuviste y que nunca estarás, no importa cuánto tiempo espere. Que sea irrelevante si cruzo los mares por ti o el país a pie, el final del camino no eres tú.
Me duele que esto que siento no te lo pueda compartir, y que aún espero que aparezcas en mi puerta con tus brazos extendidos y dos besos para mis mejillas.
Me duele que no hay tiempo en el mundo que te borre de mis entrañas. Me duele no ser yo quien caliente tu nariz a besos o te dé los buenos días.
Me duele que nunca serás tú y me duele más no ser yo. Y me duele, y me duele…
Y CUÁNDO NO?
Me persigue el ruido de tu recuerdo colgando en mi armario que lleva revoloteándose desde aquel invierno, y que sin importar a donde huya, sea en mi ciudad o en la tuya, estás.
Estás en las calles, en el aire que susurra tu nombre, en las palomitas del cine, en el algo dulce con lo que terminamos todos nuestros encuentros, en las risas bajo la lluvia, y en la posibilidad de vernos así cada que cierro mis ojos.
Estás en aquel beso frío de invierno parados en la esquina frente aquella basílica, o ese de despedida en la puerta de mi departamento, donde me regalaste efímeramente lo que podríamos ser.
Estás en el cuadro que también se esconde en el armario, en los recuerdos que me regalaste pegados a mi ordenador, y en esas canciones que no le van a nadie más.
Pero solo ahí estás,
solo así puedo sentirte,
porque sin importar a donde huya,
sea en mi ciudad o en la tuya,
siempre te irás.